"La llama destructora del butano" - Comentario de texto a dicha creacción literaria de Vicente Sáez Valles, paciente de Ataxia de Friedreich.

Por Josefina Martínez Monteagudo.

"No se puede evitar el pasado.
No se puede vivir del pasado.
Hay que hacer el presente.
No tiene sentido prescindir del pasado.
El pasado es absurdo.
No tiene sentido prescindir de lo absurdo".

"La llama destructora del butano" es un relato recogido en el libro "Viaje a los contornos". En el cual, Vicente hace un claro homenaje a uno de sus escritores favoritos: el gran Jorge Luis Borges. Aunque... jugando a bibliotecarios ("tapa-agujeros", transgresores de Babel), también pudiera haber sido al revés: de Borges a Vicente. Al fin y al cabo, todo, lo posible y lo imposible, está escrito en la Biblioteca Infinita, desde siempre. Forma parte de la humanidad: mitos, arquetipos, leyendas, cuentos, las historias que nos contamos desde los tiempos más remotos. .. así como monstruos, y laberintos donde esconderlos. El encuentro con la bestia que llevamos dentro, la vieja lucha entre el bien y el mal. La necesidad del viaje hacia el interior, las pruebas, la búsqueda del centro, saber quién somos...

De monstruos sabía mucho Vicente. Al igual que todas las personas que hemos nacido con una de esas enfermedades a las que se ha dado en llamar "raras" (*), es fácil que, en algún momento de nuestra vida, nos hayamos podido sentir como un "bichito raro", en espera de ser catalogado. En busca de un diagnóstico que revele un nombre para ese extraño "Alien" que pretende apoderarse, poco a poco, de nuestro ser. A Vicente le gustaba identificarse con el Segismundo (**) de "La vida es sueño", de Pedro Calderón de la Barca, que encerrado, como una bestia, en una torre encantada, desconoce quién es en realidad, (nada menos que el príncipe heredero), y se pregunta aquello de: "qué delito cometí contra vosotros naciendo". Pero..., todos hemos cometido el mismo delito de Segismundo: "pues el delito mayor del hombre es haber nacido". Tanto de los "raros", como de los, supuestamente, menos raros. Y nos espera a todos, sin excepción, la misma condena, pena de muerte.

Todos intentamos esconder, lo mejor posible, nuestra bestia interior, lo que menos nos gusta de nosotros, nuestro lado perverso, malvado a los ojos de los demás. A veces tanto que, al final, ya ni siquiera sabemos quiénes somos. Y ése es un peligro aún mayor: (si el Dr. Jekyll no se hubiera empeñado tanto en aislar la bondad, posiblemente jamás habría aparecido Mr. Hyde). ¿Qué hacer, entonces, con la bestia? No la podemos esconder sin que, tarde o temprano, reclame su tributo de carne fresca, ni matarla, sin matarnos a nosotros mismos, (aunque en los cuentos el príncipe siempre mate al dragón y se case con la princesa).

¿Saber quién somos? Sólo el amor de la inteligente Bella hace aparecer al príncipe en la bestia. Sólo el hilo de Ariadna trae de vuelta al que se enfrenta al monstruo. Borges nos dice que Asterión, el minotauro, espera a su redentor, aquel que le lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. Salir del laberinto, el castillo, la torre, la "habitación roja absoluta". Arrancar los "clavos de caperuza negra" que le mantienen clavado al inapelable suelo. Volver del viaje al centro de sí mismo es lo que, en este relato, (contado con el peculiar sentido del humor de Vicente), hace Pepejuán en un instante infinitesimal, el mismo que dura el cruce de miradas con la bella peluquera, y como testigo, una pulga parlanchina, que bien podría llamarse Emilia y tener una prima "antimentirosa". Eso sí, después de mirar a la cara a su monstruo, sabe que la bestia es también él. Sabe quién es: algo más que un S.P.P. (siempre-perdido-peatón). Recupera lo que siempre fue: fuego, llama azul de butano.

Y es que, Vicente nació con algo aún más "raro" que la ataxia, nació artista, en una familia de artistas. Por eso era fuego, llama azul, y como Pepejuán necesitaba liberarse de los clavos negros de la realidad, viajar a su fantasía, explotar, crear y, sobre todo, compartir lo creado. Independientemente de éxitos comerciales, de fama en vida, ser artista, es ser fuego. Su tocayo, tan poco valorado mientras vivió, el gran pintor Van Gogh, decía en una de sus cartas a su hermano Theo: "¿Qué quieres? Lo que pasa adentro, parece que ocurriera afuera. Fulano tiene un gran fuego en su alma y nadie se acerca a calentarse, y los que pasan sólo advierten un poco de humo en lo alto, por la chimenea, y siguen su camino. Ahora, ya ves: ¿qué hacer?, ¿fomentar ese fuego interiormente, esperar pacientemente, aunque con mucha impaciencia, la hora, digo, en que alguien querrá venir a sentarse a vivir allí?".

Vicente dejó este relato escrito, es parte de su fuego. Ahora espera paciente, con mucha impaciencia a ese alguien que quiera venir a sentarse a vivir allí, al calor de su chimenea. Vicente, como Pepejuán, viajó muchas veces a su centro azul, venció a su monstruo, supo que era príncipe y bestia, que era fuego, llama azul. Un alma bella, Corrine, le trajo de vuelta de su laberinto. Por eso pudo escribir en una de sus últimas novelas, no publicada, "Flores en la tumba": "El hombre se halla en ese abrigo imposible del amor, pero su dicha es imaginarlo. Es sorprendente que las personas enfermas, que comparten este viaje conmigo, sigan sonriendo, busquen el abrigo de ese amor, luchen para escaparse de la muerte. Lo que deben hacer, y así debo decírselo, es que deben abandonar la lucha por evitar la muerte. Deben empezar a luchar para vivir, que no es lo mismo. Debemos empezar a ilusionarnos por las cosas de la vida. El hecho de que haya personas que todavía crean en el engaño, ese engaño del deseo por el que los humanos luchan a muerte, hay que aceptarlo. Pero lo que es verdad es el amor".

Quizá por eso incluyó esta cita: "El amor nace dónde muere el yo, déspota sublime". Sigmund Freud (Caso Schreber).

NOTAS:
(*) La autora de este comentario, Josefina (Fina), es paciente de Distrofia Muscular.
(**) Vicente, durante varios años, usó "Segismundo" como nick, en la primera parte de su dirección electrónica.