METAMORFOSIS EN EL PARQUE. Por Vicente Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich.

Fue un fluido experimental el que recorrió mi rostro y me dejó ciego. Ese líquido viscoso verde iba desfigurando mi rostro, y sentí el terrorífico hedor de cuando la carne comienza a pudrirse. Ese olor y ese sabor me resultaron nauseabundos cuando ese asqueroso líquido llegó a la laringe. Líquido templado que me hacía temblar sin impresiones fuertes. Sin embargo, no sentía dolor. Pasé mi mano por la frente, y los dedos cayeron al suelo. Gracias al tacto de la otra mano, descubrí el nuevo muñón. No había sangre. Era un increíble proceso destructor que desagradablemente odiaba sin dolor. Fue una extraña operación con una anestesia demasiado fuerte. Por suerte, no llegaba a comprender.

Paseaba por el parque. Renacía la esperanza de respirar algo de oxígeno en esa transición verde de la gran ciudad. Los humos y los ruidos no me daban tantas quejas como las de mis congéneres, ya que pensé que necesitaba soledad, o algo parecido, que me hiciera evolucionar las comparaciones humanas que habían atentado contra mi persona. Sentía el beneficio plácido de olvidar mis pensamientos tontos y de configurar mi felicidad al ser llamado por mis fantasías. Había recuperado el ánimo en esa expresión tan difícil como la tranquilidad del olor a después de lluvia. Caminaba con esas tontadas en la cabeza y con los cinco sentidos en cabestrillo, cuando en medio del bosquecillo de pinos, a las cinco de la tarde primaveral, algo me impulsó a mirar hacia arriba; ignoraba el motivo, pero siempre es bonito mirar al cielo. Miraba absorto las ramificaciones del pino al revés en fondo azul; en ese instante perdí la visión y percibí algo desplomarse en mi faz. Sufría sin dolor.

Iba perdiendo esas nociones tan elementales como espacio, y tiempo y sabía que mi vida se iba reduciendo paulatinamente a unas pocas hipótesis. El fluido se extendía por mi cuerpo y sé que mi ropa se perdió. Si antes necesitaba o me quejaba de soledad, como perdía la noción humana, ya no me era natural. Seguía caminando. Era algo ajeno a mí. Por obra del fluido, perdía las sensaciones (el tacto se me hacía indefinido), tanto que al principio notaba chocar con formaciones cilíndricas lisas que suponía árboles. Cayó mi pelo, cayó mi aparato genital, y no los echaba de menos. Estaba convirtiéndome en una extrañísima masa carnosa con rumbo desconocido. Vista la situación, traté de hacer unas síntesis de mi vida. Esas imágenes se perdían suavemente: mi historia miserable en mi edad, mis estudios, mis amigos, mi amor, mis problemas, mis frustraciones, mis sueños, mis anhelos... Esa realidad era una de las muchas que no eran humanas. Y seguía caminando...

Supuse que era un proceso de depreciación humana. Algo quedaba de mí mismo entre todo lo que perdía; algunas imágenes borrachas como las mujeres que me gustaron, alguna fantasía aislada y sobre todo la música. Ya no tenía mi presente, y me dedicaba a averiguar algún motivo del cambio tan brusco. El tiempo se me hacía más lento, cada vez más inmenso para un trocito de mente todavía humana. En el instante que más pensaba en la procedencia del fluido caí al suelo. Fue un movimiento demasiado pausado como para asustarme; me planteaba toda mi angustia en cuestiones concretas. ¿Era un experimento social? ¿Una broma? ¿Yo, un elegido? ¿Me habían sentado mal las lentejas?.

Al perder la memoria gradualmente, olvidaba atribuciones sociales para comparar. Sólo recordaba lo del fluido y un cambio muy brusco, pero armonioso. Y cada vez me sentía más pleno. Mis músculos se unieron y mezclaron; mis piernas se unieron; mis brazos se unieron al tronco, y se hizo un caos en mi masa ahora paralizada. Lenta, infinita, mi textura cambiaba. Paulatinamente mis huesos, mis músculos y tejidos se reconstruían. El odio se disipaba, y me convertía en un ser pasivo por el que pasaban iniciativas incomprensibles.

Algo inefable, casi insondable porque era otro tiempo y otro espacio, muy diferentes, que ya eran constantes en mi nueva forma. De pronto, cambió de forma más brusca: la voluntad; más espaciosa, clara, insistente, profunda. Mi interior se transformaba en formas tubulares huecas. El primer deseo fue agua. Sentía una sed horrible, y algo en mi interior me decía dónde hallarla. Para trasladarme -ya volitivamente- rodaba, y suponía que mi forma era cilíndrica. En mi nueva forma, desplazaba mi cuerpo en círculos sobre mí mismo, y tuve muy claro que por mí mismo lo conseguiría. El esfuerzo era sobrehumano, pero mi nueva forma también. Los movimientos eran muy torpes y difíciles, pero tranquilos, sin descanso.

Caí en una especie de hoyo natural que contenía tierra muy húmeda. La tierra restante me aprisionaba y, sin enterarme, me encontré enterrado. Todo esto en una muy peculiar percepción, con extrañas imágenes que eran difíciles de captar y ordenar; por esto sabía que todavía me quedaba algo de humano. Seguía siendo humano, porque necesitaba del sexo para darle sentido a las cosas. La nueva concepción fue la de sentirme hombre y mujer a la vez. Tuve ansias de luz, y me estiré por los dos lados de la vertical: excavando, arañando la tierra en sus profundidades y resquebrajando la superficie llegando el aire más fresco que nunca. Crecía en la luz. Mi cabeza se descompuso en varias partes unidas por el centro, y mi mano derecha se extendió en forma de lámina paralela al suelo. Mi cerebro se rompió en dos: uno arriba, normal, y otro abajo, en la base. De la tierra que me rodeaba tomaba alimentos, cosas muy pequeñas que subían para comerlas en mi mano. No sé cómo las hacía subir. Observaba como los sobrantes eran mandados de nuevo a la tierra en el interior de los extraños tubos. Era difícil comprender que era más necesario mirar que respirar. Algo alucinante ocurrió entre mí cada vez que algo corría por mis tubos. Lo más difícil de entender era lo de los dos cerebros que tanto me mareaban y hacían perder la perpendicularidad.

Placer. Un suspiro cuando sentí a alguien sobre mi cabeza y eso me alegraba. Acto seguido me envolví en el éxtasis más gozoso y glorioso que jamás pude soñar; que nunca se acababa. A partir de ahí comenzaba a concienciarme de mi estatus. Me sentía feliz, pausado e infinitamente tranquilo y dichoso. El odio se disipó. Mi cerebro de abajo buscaba la comida y el de arriba percibía imágenes increíbles, cualquier juego de la luz: sueños, un suave cefiro, formas insondables, músicas...Desconozco cómo lo hice, pero averigüé que estaba embarazado o embarazada. Me preguntaba cómo sería el ser al que daría yo vida y quién fue el otro por el que comenzaba a generar.

Por última vez, recordé el fluido... Y me sentí feliz. Tuve la oportunidad de adentrarme tanto en mi ser que adiviné el nombre de aquello en lo que me convertí, y en ese momento perdí cualquier noción humana y sentí más ganas de vivir que nunca: ERA UNA MARGARITA.