28- Ovejas, pastores, y lana
Por Miguel-A. Cibrián.

Ovejas churras en la vecina población de Sandoval de la Reina... Foto de Rafael Alonso Motta

En el catastro del Marqués de la Ensenada (año 1750), a la pregunta: Esquilmos: los representantes del concejo de Villanueva de Odra, además de otras contestaciones, responden que hay 1200 cabezas de ganado lanar... Pero lo curioso del caso, es que cuando les preguntan sobre ganadería, responden, sin más, que "ese expreso no comprende en este pueblo"... -?????-. Da la impresión de que los vecinos del concejo no entienden las preguntas, y los funcionarios que trascriben las respuestas, tampoco... o, quizás, les da exactamente igual lo que les contesten: Puesto que lo lógico hubiera sido incluir en este apartado sobre ganadería las 1200 cabezas de ganado lanar.

Bueno... si en otras ocasiones he opinado que en esta clase de catastros los vecinos suelen declarar a la baja, puesto que son usados para fijar impuestos. Pero, por el contrario, esta vez, en cuanto al ganado lanar, a primera vista, pudiera parece una cifra un poco inflada... Aunque, sin embargo, resulta totalmente imposible enjuiciarla por comparación con los tiempos en los que he vivido: Eran otras maneras de entender la explotación del ganado ovino, y otras formas de ejercer la actividad agraria, dando lugar a una mayor amplitud de terrenos pastables, aparte del habitual aprovechamiento de las rastrojeras (terrenos cultivables después de la recolección de los cereales).

La industria láctea, por aquel entonces, no existía... se ordeñaba únicamente a las ovejas durante un periodo muy corto, y solamente para elaborar queso para autoconsumo. De la elaboración de este queso artesanal hablaré en el próximo capítulo... Por otra parte, el sacrificio de corderos lechales es una práctica bastante reciente. La mayoría de la gente en aquellos tiempos, no podía permitirse el lujo de alimentarse de carnes tiernas... Casi hasta la década de 1960, los corderos, ya destetados, eran castrados, y enviados a pastar con el resto del rebaño, antes de ser vendidos para ser sacrificados, ya en estado adulto. Esta práctica, sin duda, incrementaba el número de cabezas llevadas a pastar.

Por otra parte, los abonos químicos no existían en aquella época. Por lo cual, buena parte del terreno de Villanueva no era rentable para ser cultivado, y en lo que sí era, se alternaba el cultivo con el barbecho, cada dos, o más. años. Visto así, había mayor amplitud de pastizales para ovino que con la agricultura intensiva actual... En la actualidad, en Villanueva no hay ovejas, ni vacas, ni cerdos.

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Voy a mi época... que es lo que mejor conozco. Nací en 1954:

Rebaño, o hatajo, es el conjunto de ganado ovino que llevaba al campo de sol a sol un mismo pastor, contratado por uno o varios propietarios. Prácticamente, todos los labradores tenían algunas ovejas. Algunos más pudientes, o con grado económico más alto, tenían todo un rebaño ellos solos, pero la mayoría tenía tan pocas ovejas, que habían de juntarse 4 o 5 propietarios para contratar los servicios de un pastor...

Ovejas churras en la vecina población de Sandoval de la Reina... Foto de Rafael Alonso Motta

El pastor llevaba las ovejas a pastar de sol a sol, salvo los días de lluvia, o nieve... no tenía ni  festivos ni vacaciones...  Las esquilas que llevaban algunas ovejas pertenecían al pastor, éste, en tiempo de paridera traía los corderos recién nacidos del campo... Los pastores "hacían suertes" de los pastos, de forma que a cada rebaño le tocara su propio territorio... A su regreso, al anochecer, había que detener las ovejas a la puerta, y cuidar que cada una entrara en su casa.. El pastor conocía a todas las ovejas... y, si alguna intentaba entrar en un sitio que no era el suyo, la enganchaba del cuello con la cayada, y la hacía retroceder.

Luego en el corral todo era un balido cuando había crías esperando a la madre, o en tiempo de destete, cuando reclamaban a sus hijos, y éstos estaban cerrados para que abandonarán la costumbre de mamar... En algunas épocas del año era preciso ayudar en la alimentación a las ovejas con uno o varios piensos... El mejor tiempo para este ganado era la otoñada, cuando había rastrojeras.

Después del esquilar, se hacían varias marcas a los animales ovinos, la primera era melar, se hacía con pez. La mela era una letra con mango, coincidente con la primera del nombre o apellido del dueño, que mojada en una cazuela de pez muy caliente la estampaban en un costado de la res dejando la huella. Supongo que aquello fuera muy doloroso para los animales... Cuando la anterior marca ya era poco visible por el crecimiento de la lana, se podía hacer otra con anilina de colores, desapareciendo también ésta antes del esquileo del año siguiente... Estas marcas eran más cuestiones de costumbres, que de necesidad: Nunca hubo una discusión entre vecinos por la propiedad del ganado.

Ovejas, en Villanueva, propiedad de los hermanos Artemio y Antonio, Rodrigo, marcadas con anilina roja - Utensilios de melar (la "C" era la letra de mi padre) - Tijeras de esquilar... Fotografías de Miguel-A. Cibrián

La raza de ganado lanar que pastaba en estos campos de la provincia de Burgos en el tiempo que describimos, era la churra: de lana larga y basta, de gran adaptación al clima mesetario, y buenas aptitudes lácteas.

Los pastores eran asalariados, aunque a veces se les permitía tener en propiedad una pequeño grupo de ovejas. Los contratos de trabajo eran anuales, y solían incluir vivienda. Esto hacía que, por diversas razones que desconozco, quizás la búsqueda de mejor salario, algunos pastores estuvieran un solo año, o dos, en Villanueva. En cambio, otros permanecieron asentados en el pueblo durante muchos años... El salario de los pastores se ajustaba anualmente entre ambas partes: pastor y propietario/s de las ovejas, en fanegas de trigo. Lo cual, absolutamente para nada significaba que se les pagara en especias, sino que la fanega de trigo era el referente para traducir el salario a dinero. Lo cual era algo exacto, sin vaivenes en el sube y baja del costo de la vida, ya que el Gobierno, contra estraperlos, tenía el monopolio del trigo, y fijaba anualmente su valor monetario.

De la mayoría de los pastores se dice que eran analfabetos. Sí, no sabían leer, pero no tiene connotaciones negativas, ni significa que fueran tontos: Simplemente no pudieron ir a la escuela por tener que trabajar desde niños... La industrialización y demanda de mano de obra de las ciudades, en la década de 1960, les abrió nuevos y mejores horizontes.

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Lana es el pelo del ovino y también el producto transformado. En siglos pasados, la lana tuvo una relevancia muy importante... importantísima. Con la aparición de los tejidos sintéticos, ha caído casi en el olvido... La elaboración artesanal comenzaba en el esquileo o rapado del ganado lanar al llegar los calores de la primavera, para aliviar a las ovejas del enorme pelamento que las había protegido de los fríos invernales... Antes, para esta operación, utilizaban unas tijeras especiales apropiadas para ello (como las de la foto anterior), hoy emplean máquinas eléctricas... La lana de los corderos llevaba el nombre de añinos... la de la oveja sale en una sola pieza, llamada vellón, y las pequeñas porciones, vedijas.

El uso más fácil para la lana, después de lavada en vellones, era "varearla" (apalearla para ahuecarla) y meterla en una funda para formar el "colchón de lana", mucho más cómodo y cálido que el antiguo jergón de pajas... Las vedijas servían para la almohada.

Elaborar el hilo de este producto, era más complejo: Tras esquilar, lavaban la lana. Después, escarmenaban a mano, quitando cualquier impureza. A continuación, cardaban la con dos cardas, herramientas con mango y púas (es decir, desmenuzaban la lana totalmente). Luego, hacían, a mano, hilas, o tiras de la lana cardada. El siguiente paso, era hilar, o reducir las hilas a hilo (esto se hacían con el "carrete de hilar", en substitución del antiguo huso). Y finalmente, venía "torcer" o unir los hilos (para ello, volvían a utilizar el carrete de pedal, en vez del torcedor que empleaban antaño). Para acabar, teñían la lana con tintes comprados, disueltos en agua hirviendo. A veces, hacían el tinte con la prenda ya tejida, pero quedaba mejor haciéndolo antes de tejer.

Posiblemente este trabajo de elaborar el hilo en casa, se estaba abandonando antes de la fecha fijada al comienzo en 1960, debido a que la lana de la oveja churra es basta y los teñidos no quedaban perfectos. Por ello, las prendas tejidas con el hilo casero, resultaban muy inferiores en calidad a las confeccionadas con lana de fábrica, siguiendo el mismo procedimiento de tejer en casa y punto a punto con dos varillas... Esta habilidosa costumbre de tejer a mano con lana de fábrica -incluso se vendía revistas detallando diversos puntos y patones-, por pura distracción, durante un tiempo, con gran habilidad, siguió siendo realizada por parte de aquellas personas que en su juventud practicaron esa labor de tejer: Ya ha desaparecido la costumbre junto a su generación.


En esta foto escolar, con mi hermana, Piedad, visto una chaqueta con cremallera delantera, tejida por mi madre con lana elaborada, de la forma antes descrita, a partir de nuestras propias ovejas, y teñida con anilina de color verde.

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Anécdota 1: Tejer a mano:

Mi abuela materna antes de su muerte vivió algunas temporadas en nuestra casa. Nuestra estufa, o gloria, se convertía en centro de reunión de algunas señoras mayores las tardes dominicales del invierno. Allí estaba yo, que apenas podía caminar ya por causa de mi ataxia... pero enfrascado en mis cosas y ajeno a sus cotilleos... Una de ellas era la difunta señora Lea: una mujer muy activa, que compaginaba sus labores de ganchillo, o de tejido con dos varillas, con sus conversaciones... y era bastante locuaz...

Alguna vez vi a esta señora realizar la operación inversa: deshacer una prenda de tejidos, y enrrollar la lana en ovillos. Nunca lo di importancia: La tarea no me extrañaba, pues a veces se la había visto realizar a mi madre. Es decir, mi madre deshacía prendas usadas, que le regalaba alguien de la ciudad, para con la lana, tejernos prendas nuevas.

Cierto día, esta señora me mostró, orgullosa de su trabajo, una chaqueta de lana que en ese momento acababa de realizar a partir de madejas compradas. La escuché atentamente, y le felicité por su obra.

Curiosamente, al día siguiente le vi deshaciendo la preciosa chaqueta.

- Oye, Lea, ¿por qué deshaces la chaqueta? ¿Dónde estaba el error...?

- No hay error. ¡Hacer y deshacer, todo es hacer! -me contestó con una sonrisa.

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Anécdota 2: Pastor ocasional:

Yo, de niño, pensaba que el oficio de pastor, a pesar de ser poco rentable y un poco chungo por tener que soportar los rigores climáticos durante todo el año, además de bucólico, era lo más fácil del mundo. A mis percepciones contribuían mis imágenes distorsionadas recordando al pastor caminando delante de sus ovejas, y las alusiones evangélicas al "Buen Pastor"... Sin embargo, en mi adolescencia, el último año que mi familia tuvo ovejas, me convertí en pastor por un día... y vi las complicaciones: ¿Dónde está la pretendida docilidad ovina? ¡Ni los cerdos, con su mala fama, son tan tercos!.

A principios del mes de septiembre nuestro pastor del rebaño comunal solicitó vacaciones. Tal cosa no estaba incluida en el contrato anual, pero se le concedió 6 días... Se acordó realizar turnos diarios de substitución entre los propietarios ganaderos... y que el sexto día íbamos a sacar a pastar a las ovejas Santi Barriuso y yo. Santi es aún más joven que yo, pero no ha de extrañar que se encargaran dos adolescentes de la faena. En aquel tiempo no había en el campo más que los restos de las rastrojeras, y los ovejas podían ir por donde les diera la gana.

Sacamos las ovejas a pastar. Entramos por el camino viejo de las ovejas hasta cruzar la carretera. Todo marchaba de forma bucolica. Yo iba delante del rebaño... las ovejas me seguían... y Santi iba detrás por si alguna oveja se despistaba... Eran ilusiones ópticas: las ovejas no me seguían a mí: lo que seguían era la rutina de las costumbres diarias.

Cuando salimos de esa ruta diaria, las ovejas fueron por dónde les daba la gana... y, ni a gritos ni a palos, les podíamos hacer cambiar de idea... El calor comenzó a apretar... las ovejas de arrearon en el sitio de costumbre... nosotros nos fuimos a comer a la sombra de los chopos... salió el cierzo... las ovejas se desarrearon, y regresaron a casa cuando y por donde les dio la gana.

Bueno... comer no sé si las ovejas comieron... beber tampoco sé si bebieron... lo que sí sé es que nosotros cumplimos nuestro cometido y las sacamos a pastar...

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Ahora pego uno de mis escritos acorde con el tema anterior:
"La cacha":

"Este relato, que no simplemente cuento, ocurrió hace algunos años. Historias como ésta sucedían a montones hace bien poco: cuando los hombres aún no teníamos la manía de dividir todas las actividades en rentables y no rentables. En casa de mi padre teníamos una treintena de ovejas. Aunque en nuestra granja había animales domésticos de todas las especies, después del perro, las ovejas y sus crías gozaban de mi preferencia.

En los días de invierno, cuando por la lluvia o por la nieve las ovejas no podían salir a pastar, les echábamos de comer dos veces diarias. Desde muy niño, yo gustaba de ir con mi padre para efectuar esta labor para mí tan agradable. Abríamos la puerta de la tenada, y todas las ovejas salían lentamente, como desganadas, al corral. A continuación, limpiaba con mi mano las canales (comederos), que estaban situadas contra las paredes del establo. De ellas, retiraba los restos de anteriores piensos y las suciedades fecales de alguna oveja que, emulando a las cabras, gustaba de rumiar en pinganitos. Mi padre, para este trabajo, tenía colgada en una viga, lejos de mi alcance por mi corta estatura, una escobilla hecha de brezos. Por ello, al verme utilizar la mano, siempre me hacía la misma advertencia:
- Coge la escoba, ¿no ves que te vas a clavar alguna llasca de la madera de las tablas de las canales?.

Pero, casi antes de que él descolgase su escobilla de brezos, yo ya había finalizado la limpieza.

Seguidamente, mi padre vaciaba en las canales un saco de paja negra, de leguminosas. Mientras, detrás, yo iba extendiendo la paja desmenuzada en verano por el trillo. "¡Caray!", pensaba cuando se clavaba en mi mano la espina de algún cardo. "Ahora, no vale la escobilla".

Luego, puño a puño, mi padre vaciaba sobre la paja un caldero de comuña. Apenas tres minutos escasos nos llevaba la operación. Tiempo que, a veces, las ovejas habían de permanecer en el corral bajo la lluvia.

Finalmente mi padre abría la puerta no sin antes advertirme lo mismo todos los días:
- ¡Apártate!, que te atropellan.

Las ovejas querían entrar todas a la vez. Después, en las canales, bien aplicadas en su pienso, se apretaban unas contra otras, hasta hacer salir a las más débiles. Pero, inmediatamente las expulsadas encontraban otro sitio libre para comer. Aunque no solían balar, se hacía honor al refrán: "Oveja que bala, bocado que pierde". Y digo "no solían", porque las pocas veces que lo hacían, con la boca llena, parecía un berrido, en vez de un balido.

En tiempos de paridera, todos los anocheceres, el pastor traía corderitos del campo. La madre venía al lado lamiendo a los recién nacidos y amenazando continuamente a los perros con darles un topetazo de cabeza. A mí me encantaba cada mañana, temprano antes de que las ovejas salieran al campo, acudir a la tenada para comprobar cuántos corderitos habían nacido durante la noche. ¡Es tan tierno contemplarlos tan blanquitos moviendo el rabo para mamar! "¡Como si para mamar fuera preciso mover el rabo!", pensaba.

Las ovejas en un alto tanto por ciento tienen mellizos. Mi padre decía:
- Es mejor uno bueno que dos malos.

Él quería decir que los mellizos eran menores de tamaño que la cría única, y su desarrollo también menor al tener que compartir la leche de la madre con su hermano. Yo no entendía nada de negocios. "¡Cómo pueden ser los corderos malos!", pensaba. ¡Les quería tanto! Cuando llegaba el cortador (carnicero) a buscar corderos lechales les ataba tres patas, dos traseras y una delantera. Seguidamente, los pesaban con aquella romana de pilón en un colgadero del portal. Una vez, en un descuido suyo, después de pesados, se los escondí. Pero los corderitos, pobres inocentes, balaron y se delataron. Me llené de miedo por la acción, pero el cortador me enmarañó el cabello, y lanzó una sonora carcajada. Entonces, no lo comprendí. Hoy estimo que su risa fue de comprensión hacia mi inocencia. Sí, le insulté al tiempo que gritaba y lloraba:
- ¡Patorra, más que Patorra!.

Aclaro que aquel buen señor usaba un zapato ortopédico con una suela de casi diez centímetros para suplir un acortamiento de su pierna. Le apodaban "El Pata", pero su nombre de pila era Benigno.

Aunque muy pocas, algunas de las ovejas churras tienen cuernos. En nuestra casa había una con ellos. Mi padre le llamaba "la cacha". También había una oveja de color negro. El dicho "oveja negra", es sólo una forma de expresar una idea que nada tiene que ver con estos simpáticos animales. Parece ser una alusión al escaso valor de su lana, por el color, en los tiempos en que la producción de esta materia prima tuvo una importancia relevante.

"La cacha" parió, como todas las ovejas. Tenía un corderito blanco, con pintas negras en las patas y en la cara, como casi todos. Todos parecía iguales, menos la cría de la oveja negra que siempre era de ese color, pero no: Cada uno tiene unas características diferentes en forma de lunares en la cara y en las patas... Al recién nacido le palpé la cabeza, y me pareció que apuntaban dos cuernos como los de su madre. Por ello, le llamé "cachito".

"Cachito" murió a los dos días de haber nacido. ¿Por qué? Los científicos podrán dar a la muerte una respuesta más o menos convincente. Nosotros, los creyentes, podemos invertir la pregunta para buscar una respuesta a nuestra medida: ¿Por qué se vive?.

Mi padre enseguida optó por una operación laboriosa que todos los años se realizaba alguna vez, "arrimar" un mellizo de otra madre a la oveja cuya cría acababa de fallecer. Consistía en meter a ambos en un apartado sumamente estrecho, situado en el establo de las vacas. Esta misma actuación también se llevaba a cabo, cuando muy raramente, por alguna razón totalmente desconocida, una oveja no quería a su propio hijo.

Los primeros días "la cacha" habría matado de un cabezazo al nuevo corderito si la escasa anchura del apartado le hubiera permitido revolverse. Y pataleaba furiosa cuando el pequeñín, hambriento, buscaba la teta. Por ello, era preciso que mi padre la sujetara para que el corderito pudiera mamar durante los primeros días. A la operación le llamaban atetar. Al principio, yo, buen observador, meneaba la cabeza como diciendo: "¡Esto no marcha!". Y, aunque no hubiera pregunta directa, mi padre, con más paciencia y, sobre todo, con más experiencia, contestaba:
- Déjala. Ya se dará.

Y se daba. A la semana ya dejaban a "la cacha" salir a pastar al campo con las demás ovejas del rebaño con la completa seguridad de que a la vuelta iba a buscar a su cría. Al anochecer, cuando volvían las ovejas del campo, todo era un balido ensordecedor en el corral. Las ovejas balaban, y los corderitos, con voz más fina también. Por fin, abríamos la puerta de la tenada, y los corderos salían en tropel. Cada uno buscaba a su madre. El encuentro era muy rápido, porque ellas buscaban igualmente a su, o a sus crías. "La cacha" también lo hacía. Y su cordero, ya crecido, que no cabía debajo para mamar, doblaba ambas patas delanteras e hincaba sus rodillas en el suelo para chupar de las tetas de la madre con más comodidad.

Hay quien dice que los animales no pueden amar, porque carecen de voluntad para hacer, o no hacer, y determinan sus actos por el instinto. Aunque pudiera ser totalmente cierta la afirmación, no es tan conocido que el instinto pueda cambiarse. Pero el amor, todos lo sabemos, es un sentimiento noble que se siente, no "se hace", como pretenden hacernos creer algunos necios. Nuestros antepasados, no sabrían leer, pero en amar les daban cien vueltas. "La cacha" a su lado, probablemente fuera "una auténtica señora"
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