35- Siega
Por Miguel-A. Cibrián.

Segar es cortar la hierba, o las mieses. Exceptuando el corte de la hierba que se almacenaba para forraje para los animales, por realizarse antes en el tiempo, la siega era la primera tarea de la recolección: Un duro e intenso trabajo, en el cual solamente habría tres días festivos en dos meses: Santiago (25 de julio) y Nuestra Señora y San Roque (15 y 16 de agosto)... Los domingos había recomendación eclesial para asistir a Misa, pero permiso para trabajar... Por supuesto, iba a Misa quien le daba la gana ir, pero la cuestión laboral no ofrecía ninguna discusión... ya que el labrador no era asalariado, sino, por decirlo así, el patrono dentro de su propia empresa.... En fin, la recolección, especialmente la siega, era una carrera contrareloj en prevención de posibles tormentas portadoras de pedrisco, con capacidad para asolar toda la cosecha que aún permaneciera en pie.

Trigal seco, listo para la siega... Fotografía extraída de Internet

En pasados capítulos hemos hablado de dos cultivos diferentes: leguminosas (los jodidos yeros), y los cereales... También hablando de siega es necesario hacer división, no sólo por no coincidir en el tiempo (los yeros maduran un poco antes que el cereal), sino también porque eran dos formas distintas de segar: los yeros, al ser plantas cortas habían de segarse a ras del suelo... Y digo habían, porque este trabajoso cultivo desapareció de Villanueva a principios de la década de 1980... Durante siglos fue cultivo alternativo al cereal, con la teoría de que las leguminosas fijaban nitrógeno en el suelo para la próxima campaña. Mi falta de conocimientos me llevan a no poner en duda tales teorías... eso sí, dudo que sembrar yeros fuera rentable: Demasiado trabajo. También es cierto que el costo de cultivo era muy poco. Llegado octubre ya estábamos haciendo rayas con el cultivador y los tractores en los rastrojos (¡toma siembra directa!)... para maltapar las semillas de los yeros... y sin abonos químicos, ni cuernos... a pelo.

En mi más tierna infancia, hasta mis 5, o 6 años, aún he visto a mi familia segar los yeros a dalle (guadaña)... Todos los días "picaban" esta herramienta para abrir bocas en su corte con dos piezas llamadas "martillos", y así hacer más fácil la operación... Una de las piezas, clavándola en tierra, hacia las veces de yunque, y la otra, un martillo con corte, servía para aguzar los sesgos del filo de este utensilio de siega... Y ya segando, a menudo el segador afilaba el dalle con la "pizarra" (creo que era una piedra de dicho material), que llevaba en un recipiente con agua, de nombre colodra, colgado del cinturón.

Segadora de yero y forrajes... Fotografía extraída de Internet

Luego, para tal fin, segar los yeros, en mi familia compraron una pequeña máquina que iba arrastrada por una pareja de vacas. Era un buen invento, aunque lento. La cambiamos a los pocos años. Ya habían inventado cosas mejores... Compramos una barra de corte acoplada a la toma de fuerza del tractor. Sí, era mejor, mas rápida, pero llevar una sierra a ras del suelo, era muy complejo: cualquier piedrecita rompía dientes y/o cuchillas.

Para segar el cereal estaba la máquina de segar: conocida en algunas comarcas por agavilladora (quizás segadora agavilladora sería un nombre más correcto). Esta máquina, de tracción animal, al ser arrastrada, la rueda mayor, mediante una biela, trasmitía un movimiento de vaivén a una sierra de cuchillas encargada de cortar. A la vez, unos rastros giraban por una pista acamando ligeramente las mieses para ser cortadas. almacenándolas sobre un tablero. Cuando el segador, sentado en la máquina, consideraba suficiente el tamaño de la gavilla, accionaba una trampilla en la pista, y un rastro bajaba, arrojando las mieses al suelo, e inmediatamente volvía de nuevo a su recorrido habitual.

Segadora agavilladora (en posición de trabajo)... Fotografía extraída de Internet

El segador debía tirar los "brazados" en hileras, o pasillos, y por ello, una vez recogidos, solo era necesario arrastrar las filas donde estuvieron depositados... ¿Arrastrar? ¿Cuánto trigo podría recoger yo de niño, sudando la gota gorda bajo el intenso sol del verano, tirando de un rastro mas grande que mi persona? Todo parece tan ridículo como el quitar cardos con una azadilla, que comentábamos en el capítulo de ayer... Pero todo es serio, muy serio. No vale reírse... los tiempos eran así. Y los tiempos no tienen posible comparación.

A estas máquinas segadoras agavilladoras había que "armalas" para segar, siendo necesario llevarlas recogidas por los caminos.

Segadora agavilladora, marca "Ajuria" (recogida para traslados por los caminos)... Fotografía extraída de Internet

En Villanueva todas estas máquinas segadoras eran de marca "Jolpa", que se fabricaba en la cercana población de Melgar de Fernamental. También nosotros teníamos un "Jolpa", con ruedas de goma. Y digo esto, aunque suene a tontería, porque en la caseta de nuestra era, ya retirada, había una segadora de marca "Trepa", que según decían, era de mi abuelo. Bueno, la única diferencia que pude apreciar a simple vista es que la "Trepa" tenía las ruedas de hierro...todo lo demás era similar.

Más tarde, la "Jolpa" sacó un nuevo modelo, con corte y tablero más amplios para poder ser arrastrada por el tractor, evitando la necesidad del mantenimiento anual de una pareja de vacas, o de mulas. En mi familia ya no lo compramos. No lo necesitábamos: Nos habíamos adaptado a los nuevos tiempos, comprando una cosechdora de cereal...

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Anécdota::

La maduración del cultivo del trigo marcaba la tarea su siega. Ésta se adelantaba, o retrasaba, en función de la humedad, o sequía, del terreno. En general, la siega del trigo venía a coincidir con algunos de los días más tórridos del verano: las llamadas canículas de Santiago: lo cual no indica fechas fijas, sino cierta proximidad con la festividad de dicho santo (25 de julio)... Las tales canículas, entre otras cosas, consistían en la ausencia total de viento... calma chicha... un calor insoportable... agobiante... y más teniendo que trabajar a pleno sol... Darían ganas de recostarse a la sombra de algún olmo, y dejar la siega para otro día, pero no podía ser.

Un día, hacía mis 11 años, estábamos segando a la izquierda del camino de la antigua granja de Idelio, y mi familia me envió al manantial de San Miguel para traerles una botella de agua fresca. La fuente de San Miguel, a la sombra de un espino, con agua corriente, fresca y cristalina, era pequeña, pero muy bien cuidada por el pastor que arreaba sus ovejas en sus proximidades.

De camino, al bajar al valle, había otra familia también segando... y tenía que pasar cerca de ella. Me llamaron, y pidieron que, de paso, les trajera una botella de agua: arrojaran al suelo media botella de vino (supongo que por alta temperatura ya estaba imbebible), y me dieron el envase vacío con la recomendación de lavarlo para evitar que el agua adquiriera el consabido regusto a vino.

Ya en la fuente, llené con un poco de agua la botella de los vecinos y, estándola agitando para su lavado, se me fue de las manos, y se rompió contra el suelo.

A mi regreso, les pedí disculpas por habérseme roto su botella. Las aceptaron, sí, pero se bebieron con avidez el agua de mi familia... Y tuve que regresar de nuevo al manantial a buscar más.

Al volver, di un rodeo para no pasar ceca de los vecinos, temiendo que se volvieran a beber mi agua.

De regreso a nuestro campo de siega, mi familia con el graznate ya reseco, recriminó a voz en grito mi tardanza... y, aunque les conté mi excusa, me llamaron tonto en todas las variantes posibles.

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Ahora pego uno de mi antiguos escritos, semirelacionado con el tema anterior:
El bombero torero:

"En esta zona rural donde siempre he vivido y en mis tiempos de niñez, los niños colaborábamos en las tareas de la recolección casi desde nuestros primeros pasos: arrastrando los rastrojos, recogiendo algunas espigas, llevando agua fresca a los trabajadores, o aguantando el tórrido sol como un espantapájaros sobre un trillo para que las parejas de vacas o de mulas no cesasen en su rutinario dar vueltas trillando. Cuando yo tenía diez o doce años, para que sirviese de aliciente a mi colaboración, mis padres me hicieron una promesa sujeta a varias condiciones:

- Si la cosecha viene buena, si trabajas bien, y si acabamos para "La Piedad", te llevamos a los toros.

Demasiados si's. La cosecha casi siempre era buena. La tierra y el clima no eran aptos para buenas cosechas... ni siquiera medianas, pero siempre existía conformidad. No obstante, recuerdo de mi niñez cuando tocaban las campanas a "tentenublo", y el cura vestido con el alba y el hisopo en la mano decía unas oraciones llamadas conjuros. Esto desapareció poco después. No sé si la desaparición se debió a la ineficacia de los conjuros para ahuyentar a los nublos o fue debida a un cambio de mentalidad en la gente. También recuerdo que mientras los nublos, mi madre encendía los restos de la vela que en Jueves Santo había puesto para velar al Santísimo. Y no puedo olvidar cuando los granizos golpeaban en los cristales de la ventana. Entonces mi madre no paraba de llorar. Mi padre con pretendida voz de serenidad decía:

- ¡Cállate ya de una vez!. No ha pasado nada. Ya nos arreglaremos como podamos.

Yo no entendía nada de aquello de "ya nos arreglaremos como podamos". Al día siguiente veía como todos los vecinos comentaban el caso y observaban, juntos, las espigas maltrechas de los sembrados cercanos al pueblo. Sin embargo, esto que hoy puede resultarme tan evidente, significaba muy poco para un niño: Tras la honda impresión de un día solamente, volvíamos a enfrascarnos en los juegos de la niñez sin importarnos el mañana ni sus posibles estrecheces.

La segunda condición era fácil de cumplir, aunque sólo fuese por la tremenda ilusión de nuestros progenitores. ¡Y como casi todos los niños hacíamos lo mismo, cada uno en su casa, no había peligro de realizar comparaciones!.

El tercer "si" era más difícil de cumplirse. Ellos llamaban "acabar" o "barrer la era" a dejarlo todo completamente concluido. Hasta que esto no sucedía, no se guardaba ni el descanso dominical. Acabar o no acabar, en cierta forma dependía del tiempo atmosférico. Dícese en un refrán que "Septiembre seca las fuentes o tira los puentes". Las lluvias entorpecían y retrasaban la labor. La Piedad era la festividad en la población Palentina de Herrera de Pisuerga. La fiesta coincidía con el tercer domingo del mes de Septiembre.

Y acabamos... aquel año acabamos. Pero no me llevaron a los toros, sino a la "charlotada" el miércoles siguiente. Yo supongo que esta palabreja era un derivado de la comicidad de Charlot. La "charlotada" era el espectáculo del Bombero Torero. Resulta fácil imaginarme que en aquellos tiempos Carlos Celis no se vestía aún de luces :-) .

Fui con mi padre. Mi madre se quedó en casa. Nos "embarcamos" en una furgoneta cuyo propietario utilizaba para transportes. Por tanto, ni siquiera tenía asientos ni ventanillas. La gente iba de pie y se agarraba a cualquier sitio para no perder el equilibrio en las curvas de la carretera. Yo utilicé como asiento el entrante que había en el espacio de carga para que pudiese girar una de las dos ruedas traseras de la furgoneta. Sí, nos bajamos a la entrada de la población para que no nos multasen los guardias civiles, pues el conductor no tenía permiso para transportar personal en su vehículo.

Poco después de comenzar el espectáculo, las nubes comenzaron a llorar y la tarde resultó "deslucida y pasada por agua", como dirían los taurinos. Mi padre me puso su chaqueta por la cabeza y fue a buscar refugio a la furgoneta después de advertirme el lugar donde debía buscarlo cuando acabara el espectáculo. Allí, arriba en las gradas, solamente aguantamos algunos niños a quienes la risa hacia olvidar la lluvia. Abajo, en la plaza, aguantaron el chaparrón unos "enanitos" haciendo su gracietas ante los becerros para cumplir con su deber de divertir al público. Era el mundo del color de la ilusión de la niñez, y probablemente no me enteré de que tendría el culo calado debido al la impermeabilidad del cemento de las gradas de la plaza.

Pasaron aproximadamente 20 años desde lo narrado cuando televisión anunció que iban a retransmitir un espectáculo del Bombero Torero. Yo ya tenía enormes dificultades para caminar por el avance progresivo de mi ataxia de Friedreich y estaba a las mismísimas puertas de la utilización de la silla de ruedas. Posiblemente, si aún no la utilizaba era por pánico y por obsesión con el pundonor personal. Me prohibí a mí mismo conectar el televisor con ese espectáculo al considerarlo contribuir a la explotación de la desgracia ajena.

Hoy sé que estaba muy equivocado. La aberración no está en lo que se hace, sino en cómo se mira. La aberración no es que yo le plante cara a la vida, y escriba cuatro gilipolladas para VIVIR y poner buena cara a mal tiempo y, si fuese posible, haceros esbozar una sonrisa a vosotros. La aberración tampoco es reírse de las gilipolladas escritas por mí, sino simplemente sería reírse y burlarse del "gilipollas" que las escribe. Ese es el mismo caso de los "enanitos". Ellos plantan cara a la vida, VIVEN, intentan divertirse y que el público esboce su sonrisa.

Un día me enamoré de una frase de autor de Romain Rolland [que dicho sea de paso, aparte de parecer un nombre Francés, no sé quién es :-)]. "Quien hace lo que puede... ya es un héroe". Eso son los "enanitos".... y tantas... y tantas... y tantas personas como PASAMOS por la vida. Recordando unos versos de Antonio Machado que dedica a mis paisanos labradores Castellanos: "Donde hay vino, beben vino / donde no hay vino, agua fresca. / Son buenas gentes que viven, / laboran, pasan, y sueñan". No, no nos sonrió la fortuna en nuestra vida y, a falta de vino, tomamos agua fresca que era lo único que teníamos... pero a nuestro modo, laboramos, soñamos, y pasamos... pasamos camino de una eternidad o de no sé dónde, pero pasamos sin ruido... fuimos héroes por hacer cuanto pudimos. Nada importará si hubo, o no hubo, coronas de flores en nuestro funeral.

Mi padre tiene la costumbre, por las mañanas cuando se levanta, de encender una radio que hay permanentemente sobre nuestra mesa de la cocina. Soy sordo, pero el otro día, mientras desayunaba, pude oír a una señora que pedía un monumento para las madres y suegras que han criado a sus hijos y a sus nietos, y decía (sic): "¡De esas personas sencillas hay que hablar y no del Conde Lecquio y la madre que lo parió!". [:-)]".

Nota: "El propietario de la citada furgoneta era el difunto Victor de la Hera"
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